Afortunadamente, cada día hay más actos interesantes en nuestro país: conferencias, seminarios, adjudicaciones de premios, debates, discursos de políticos, reuniones sectoriales, presentaciones de libros, incluso ponencias de gurús, generales, expresidentes de gobierno y cocineros. Yo siempre he sugerido que ningún día deberíamos irnos a dormir sin haber aprendido algo y como es muy difícil aprender de uno mismo, es más útil escuchar a los demás. Los casos de personajes centenarios o casi centenarios en plena forma que a veces he sacado en esta columna - y a mis jefes en este periódico les he enseñado fotos con ellos- deben su agilidad mental a esta obsesión de seguir aprendiendo cada día. De ahí que debamos felicitarnos por la abundancia de actos, muchos ampliamente accesibles, que tenemos hoy en día. Pero hay un problema. Los actos se suelen convocar con muy poca anticipación. Yo debo de ser un privilegiado que recibe un par de invitaciones cada día. La verdad es que soy miembro de un montón de asociaciones porque soy un convencido de esto. Leo con interés la convocatoria, miro la agenda y justo ese día a esa hora tengo que dar clase, o estoy en China, o tengo una reunión fijada con alguien. Cosas que con tiempo hubiese podido programar en otro momento.
El 11 de julio recibí una carta del Sr. Ruiz-Gallardón invitándome a un acto el 8 de julio. El tema era interesantísimo y enseguida miré si Iberia tenía algún vuelo a Madrid que saliendo el día 11 me permitiese llegar el día 8. Quizá vía Los Ángeles/ Tokio dando varias vueltas al planeta contra reloj. Pero me aseguraron en la agencia de viajes que sólo hay un vuelo que te permite volver al pasado pero que este no me lo aconsejaban porque era el vuelo final. La carta del Sr. Ruiz-Gallardón llevaba fecha del 24 de junio pero el sello de Correos en el sobre era del 9 de julio, posterior al acto. Incluso se lo enseñé a Alfons Quintà, con quien estuvimos hablando en mi despacho de volver del futuro.
Yo soy un gran admirador del Sr. Ruiz-Gallardón. Me parece un gran gestor público, un excelente político y si hablas con él ves que es intelectualmente potente. Un rato con él y aprendes. Seguro que no tiene nada contra mí y que no quiso evitar que fuese a la reunión. Una vez al mes me ocurre esto: recibo una convocatoria para un acto que ya ha tenido lugar. ¿Cuál es el problema? La maldita organización de un acto con poca antelación. Quieres que hablen algunas personalidades pero uno te falla, otro no te lo puede decir todavía, tú mismo no sabes si ese día puedes tener un compromiso importante. Tampoco quieres llenar un auditorio y que luego no aparezca nadie hablando. Aspiras a traer al más importante, pero intenta cambiarse otra cosa para poder venir.
He de volver a mi alma máter. La asamblea de antiguos alumnos de la Harvard Business School en octubre, se convocó con un año de anticipación, por carta - tres cartas sucesivas-, con ponentes como Bill Gates o Meg Whitman. El calendario de consejos que nos pasan a los consejeros de aquella escuela cubre hasta el 2013. La única excusa que podremos dar para no ir es habernos muerto. Ahora voy a hacer una convocatoria de esas con poco preaviso: disfruten las vacaciones y tratemos de aprender algo cada día.
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